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sábado, 30 de octubre de 2010

Aconsejar es difícil porque nadie sabe nada sobre nada. Es difícil porque somos contradictorios. Seria fácil si supiéramos dirigir nuestras vidas con paz y tranquilidad, de manera zen y como seres civilizados. Pero entonces, ¿necesitaríamos los consejos?
El caos de esa verdad absoluta que Sócrates creyó encontrar y que Sartre tiró a la basura. La misma verdad a la que Nietzsche hizo bulling. La verdad que se escapa como el jabón en nuestras manos. Una verdad placentera por su efervescencia. A veces creemos tocarla y estamos muy satisfechos. Pero, volviendo al primer señor que pensó un poquito, sólo sé que no sé nada.
Es por eso que no sé aconsejar. Porque todas mis verdades son efímeras, ya no confío en ellas. No es un existencialismo ni nada parecido. Es el número cero constantemente. Es la pirámide que puede desaparecer en cero coma cero segundos. Y no sé ni siquiera explicarlo. A veces es desesperante pero a veces me gusta. El mejor punto de partida es el no-conocimiento, la escucha, la atención. Pero aún así no sé, no sé, no sé.
¿Alguien sabe?
Y nada más que consejos bombardeando por las esquinas. Y ahora estoy en Llinars del Vallès, a la vora del foc. Muy contenta de tener los amigos que tengo y de su comprensión no comprensiva.

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